martes, 18 de mayo de 2010

Institucionalidad

¿Dos entradas en menos de un mes? Me estás jodiendo. No, increíblemente no. De todas formas ahórrense los aplausos porque lo que a continuación presento es algo escrito por mi en -vaya uno a saber qué momentos- (Ah, ya recuerdo, había sido un artículo a pedido)

La institucionalidad Argentina

Este tema, practicado por grandes constructores de ideas, artífices de la opinión pública y predicadores de la Argentina de hoy, ha comenzado a despertar interés inusitado en este humilde escritor de artículos al punto de motivar un acercamiento generalizado al tema.

Quizás sea audaz de mi parte aventurarme a opinar, como muchos hacen con tanta facilidad y vehemencia, de lo que significa históricamente la falta de institucionalidad que tanto caracteriza a nuestra patria. No obstante, es válido correr el riesgo en virtud de construir, desde el lugar que me es posible, un país no más democrático, puesto que esa palabra ha sido demonizada por su mal uso, sino más participativo, justo y coherente.

La consistencia institucional, la persistencia temporal y las políticas a largo plazo que necesita nuestro país para funcionar no se construyen de un día para el otro, sino que llevan años de una práctica ciudadana, que, como dicen las buenas lenguas, nunca es tarde para comenzar. Si los niños y jóvenes que ocupan el sistema educativo actual representan nuestro futuro, entonces es evidente para cualquier observador la falta de interés patriótico (deviniendo en desinterés político) que ha venido sufriendo nuestra golpeada sociedad a lo largo de las últimas décadas, y que continúa acelerándose a ritmos alarmantes. Esta falta de interés se traduce y transmuta con los años a una creciente ignorancia en lo que respecta a los mismísimos fundamentos de nuestra organización republicana, la cual es el basamento central de cualquier gobierno que depende de sus ciudadanos para sostener una efectividad sistémica que garantice el cumplimiento de los derechos y la viabilidad de las obligaciones.

La bandera Argentina que aún se eleva gloriosa en edificios públicos y escuelas por igual a lo largo del territorio nacional debe significar para nosotros mucho más que una identidad subida al pedestal del circo deportivo una vez cada cuatro años. La bandera debe significar una unidad, el símbolo de la igualdad, hermandad y responsabilidad que todos debemos asumir ante la realidad que nos toca vivir. El origen y la solución a los problemas siempre se encontrarán en manos de quienes en medio de la inercia subsisten en hacer ver la realidad y luchar contra la desesperanza y la desidia que se apoderan del ímpetu por ver el amanecer de un mejor día.

Este patriotismo ausente; la irreal creencia de que nuestra inacción como ciudadanía nos expía de lo nos pasa día a día; la falta de control de agenda y la fractura de la identidad partidaria reemplazada por un chovinismo político donde se busca parecer en lugar de ser han perjudicado gravemente a nuestro país, siendo esos factores los causantes de la crisis de representatividad actual.
No podemos permitirnos como sociedad esta continua justificación de nuestra inmadurez ciudadana bajo chivos expiatorios que inculpan a unas cuantas cabezas de la historia. Debemos levantarnos y alzar nuestras voces para quitar la mugre bajo el tapete, actuando íntegramente como miembros de un todo más importante que la suma de sus partes, discutiendo y debatiendo con respeto, creando puntos en común que lleven a un desarrollo sostenido de las más básicas necesidades sociales que tan injustamente han sido privadas de nuestro bello pueblo.

Sin pretender ofrecer salida mágica alguna a este problema tan vasto y que exige un análisis más profundo, me limito como ciudadano que soy a hacer un llamado a la información, la participación y la aceptación del lugar dentro de la historia pasada, presente y futura que nos permita la construcción de un mejor país para todos.

Seamos francos.

Esforcémonos por dejar que la tolerancia y el consenso nos guíen en una dirección constante, y nada nos detendrá.


Claudio A. Blotto Acuña.

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