martes, 22 de abril de 2008

Carta abierta: Qué triste estoy argentina !!!

Basta de mentiras.

Qué duro es sentirse minoría en un país de falsas mayorías.
Qué duro es ver que el gobierno nacional y los ruralistas
luchan entre sí cuando son cómplices necesarios del país
sojero. Qué duro es ver cacerolas relucientes y llenas de soja
RR en el asfalto civilizado de Buenos Aires. Que duro es ver
las cacerolas renegridas y sin tierra de los campesinos de
Santiago del Estero. Que duro es ver a los estudiantes de
universidades argentinas con sus carteles de apoyo a los
ruralistas en huelga, como si Monsanto y el Che Guevara
pudieran darse la mano. Que duro es recordar que esas
cacerolas relucientes, esos estudiantes movilizados y esas
familias temerosas del desabastecimiento no salieron a la
calle cuando los terratenientes de este siglo XXI expulsaron a
familias y pueblos enteros para plantar su soja maldita. Qué
duro es ver la furia ruralista al amparo de reyes sojeros como
el Grupo Grobocopatel. Qué duro es ver el rostro reseco de
Doña Juana expulsada, de doña Juana sin tierra, de doña Juana
con sus muertos bajo la soja. Qué duro es ver que se cortan
las rutas para que China y Europa no dejen de tener soja
fresca, y para que Monsanto no deje de vender sus semillas y
sus agroquímicos. Qué duro es comprobar, con los dientes
apretados, y con el corazón desierto y sin bosques, que nadie
habló en nombre de los indígenas expulsados de sus
territorios, de sus plantas medicinales, de su cultura y de su
tiempo para que la soja y el glifosato sean los nuevos
algarrobos y los nuevos duendes del monte. Qué duro es ver con
las manos y tocar con los ojos que nadie habló en nombre de
los campesinos echados a topadora limpia, a bastonazos y a
decisiones judiciales sin justicia para que ingresen el
endosulfán, las promotoras de Basf y las palas mecánicas con
aire acondicionado. Qué duro es saber que nadie habló en
nombre del suelo destruido por la soja y por el cóctel de
plaguicidas. Qué duro es comprobar que muchos productores,
gobiernos y ciudadanos no saben que los suelos solo son
fabricados por los bosques y ambientes nativos, y nunca por
los cultivos industriales. Qué duro es saber que para fabricar
2,5 centímetros de suelo en ambientes templados hacen falta de
700 a 1200 años, y que la soja los romperá en mucho menos
tiempo. Qué duro es recordar que el 80% de los bosques nativos
ya fue destrozado, y que funcionarios y productores no ven o
no quieren ver que la única forma de tener un país más
sustentable es conservar al mismo tiempo superficies
equivalentes de ambientes naturales y de cultivos
diversificados. Qué duro es observar cómo se extingue el
campesino que convivía con el monte, y cómo lo reemplaza una
gran empresa agrícola que empieza irónicamente sus actividades
destruyendo ese monte. Qué duro es ver que el monocultivo de
la soja refleja el monocultivo de cerebros, la ineptitud de
los funcionarios públicos y el silencio de la gente buena. Qué
duro es saber que miles de Argentinos están expuestos a las
bajas dosis de plaguicidas, y que miles de personas enferman y
mueren para que China y Europa puedan alimentar su ganado con
soja. Qué duro es saber que las bajas dosis de glifosato,
endosulfán, 2,4 D y otros plaguicidas pueden alterar el
sistema hormonal de bebés, niños, adolescentes y adultos, y
que no sabemos cuántos de ellos enfermaron y murieron por
culpa de las bajas dosis porque el estado no hace estudios
epidemiológicos. Qué duro es saber que los bosques y ambientes
nativos se desmoronan, que las cuencas hídricas donde se
fabrica el agua son invadidas por cultivos, y que Argentina
está exportando su genocidio sojero a la Amazonia Boliviana.
Qué duro es comprobar que las cacerolas relucientes son más
fáciles de sacar que las topadoras y el monocultivo. Qué duro
es comprobar que en nombre de las exportaciones se violan
todos los días, impunemente, los derechos de generaciones de
Argentinos que todavía no nacieron. Qué duro es ver las
imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras
las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no
tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan.
Qué duro es comprobar que estas reflexiones escritas a
medianoche solo circularán en la casi clandestinidad mientras
Monsanto gira sus divisas a Estados Unidos, mientras las
topadoras desmontan miles de hectáreas en nuestro chaco
semiárido para que rápidamente tengamos 19 millones de
hectáreas plantadas con soja, y mientras miles de niños
argentinos duermen sin saber que su sangre tiene plaguicidas,
y que su país alguna vez tuvo bosques que fabricaban suelo y
conservaban agua. Muy cerca de ellos las cacerolas abolladas
vuelven a la cocina.

Por Dr. Raúl A. Montenegro, Biólogo. Premio Nóbel Alternativo
(Estocolmo, Suecia).Presidente de FUNAM. Profesor Titular de
Biología Evolutiva en la Universidad Nacional de Córdoba
(Argentina).

Todo lector de este pequeño y poco conocido blog al que le importe nuestra pequeña Argentina, hágame el favor de hacer circular esta carta.

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